LA DESGRACIA DE LOS IDIOMAS
Desde la más tierna infancia me gustó viajar para conocer directamente el mundo y las personas que lo habitan. Cuando desde lo más alto de un cerro de la sierra de Gredos (Hoyocasero, España) descubría un paisaje nuevo y otro horizonte, me emocionaba y se apoderaba de mí el deseo de recorrerlo lo antes posible para conocerlo. Luego oía hablar de otros mundos y mis deseos se convertían en un proyecto de futuro a realizar. Poco a poco fui conociendo nuevos entornos geográficos y nuevas personas hasta convertir mis viajes en una fuente de placer y de sabiduría al mismo tiempo. A medida que mi mente se abría a lo universal tenía la sensación de que comprendía mejor mi propia realidad particular y la de los demás. La posibilidad de satisfacer mis sueños de viajar para conocer el mundo llegó bastante tarde pero no desaproveché ninguna ocasión para compensar el retraso.
Viajando, mi mente se enriquecía conociendo directamente nuevos mundos y otras personas distintas de las de mi entorno habitual. Los viajes se convirtieron para mí en fuente inagotable de sabiduría y método seguro para educar mi inteligencia en la promoción de los valores universales que unen y hermanan a todos los seres humanos derribando pacíficamente las fronteras geográficas, políticas, religiosas y culturales. Pero tropezaba siempre con un muro que había que franquear. Me refiero a la diversidad de idiomas que impide la buena comunicación y comprensión entre las personas y los pueblos. El asunto es grave sobre todo cuando los políticos utilizan descaradamente la diversidad de idiomas como instrumento de manipulación sentimental al servicio del poder. Por desgracia, no faltan nostálgicos del pluralismo lingüístico anacrónico.
Según el Atlas de la UNESCO existen 6.000 idiomas registrados en el mundo, de los cuales 220 se han extinguido desde 1950 al 2009, 538 se encuentran en situación crítica de extinción, 502 en grave peligro y 607 en situación muy vulnerable. Estos datos -que en mi opinión son un signo de progreso humano en la medida en que ponen de manifiesto cómo las fronteras lingüísticas de la incomunicación humana entre las personas y los pueblos van desapareciendo de forma natural- son interpretados todavía por muchos como un peligro al que hay que hacer frente desde las instituciones públicas políticas y culturales. El argumento de Koichiro Matsuura, en calidad de director general de la UNESCO era el siguiente. La desaparición de una lengua conduce a la desaparición de varias formas de patrimonio cultural y, en particular, del rico legado de las tradiciones y expresiones orales de la comunidad que la habla, que incluye poemas y chistes, proverbios y leyendas, adivinanzas y canciones. Asimismo, la pérdida de los idiomas indígenas iría también en detrimento de la biodiversidad, porque las lenguas vehiculan numerosos conocimientos tradicionales sobre la naturaleza y el universo. Resulta chocante que el director general de la UNESCO no tenga en cuenta el calvario de la incomunicación humana por causa de la diversidad de idiomas. Si ya es difícil expresarnos bien y entendernos hablando un mismo idioma, la dificultad aumenta en proporción con la diversidad de los mismos. Las ventajas de la conservación a ultranza de la diversidad de idiomas resultan prácticamente despreciables si las comparamos con las ventajas de la buena comunicación humana hablando un solo idioma o algunos de ellos más ricos y evolucionados en el mundo actual. Para los idiomas antiguos están los museos, los curiosos y los especialistas de la historia. Pero para entendernos y comprendernos mejor hemos de trabajar por favorecer aquellos idiomas actualmente susceptibles de ser mejor conocidos y libremente utilizados por el mayor número posible de personas. Esto parece lo más razonable, sobre todo cuando los políticos tratan de instrumentalizar la diversidad lingüística para someter mejor a la gente poco avisada o inculta a sus proyectos de poder.
La pasigrafía o pasimología tiene como objeto precisamente evitar las dificultades de comunicación lingüística entre los hombres. Lo cual confirma que, como he dicho antes, la multiplicidad de lenguas o idiomas constituye un obstáculo serio para la comunicación humana y comprensión entre los pueblos. Llega una patera de inmigrantes clandestinos y ¿cuál es el primer problema a resolver? Obviamente, cómo hacernos entender por ellos si hablan idiomas diferentes. Echamos un vistazo a la propaganda turística e inmediatamente constatamos que el guía conoce el idioma más adecuado para informarnos durante la gira. ¿Quién, que haya viajado por diversos países o tenga necesidad de comunicarse con personas que no hablan su idioma, pondrá razonablemente en duda la conveniencia de encontrar un idioma que facilite la comprensión mutua entre las personas y los pueblos?
Vayamos por partes y seamos razonables. No se necesita tener gran experiencia de la vida ni ser linces de la realidad para darnos cuenta de que la diversidad de idiomas surgió de la necesidad de comunicación entre los diversos grupos humanos aislados por la geografía o los sistemas sociales represivos, que prohibían el intercambio con otros pueblos igualmente aislados por la naturaleza o las costumbres. Así las cosas, cada grupo étnico o social aislado inventaba su propio idioma para sobrevivir con sus semejantes. Aquí está la clave para comprender la grandeza de la inteligencia humana de nuestros antepasados, que fueron dando cuerpo a los diversos idiomas obligados por la necesidad de comunicarse con sus semejantes. Los idiomas son una obra maestra del genio humano y como tales han de ser tratados. Ellos son obra maravillosa y exclusiva del hombre. La invención del lenguaje corresponde a ese sector de la realidad que existe porque el hombre la produce íntegramente.
El estudio del lenguaje, por tanto, es una necesidad insuperable para conocer la naturaleza del ser humano. Pero igualmente hemos de reconocer que la multiplicación de los idiomas ha contribuido poderosamente en el pasado y sigue contribuyendo hoy día a la miseria de la incomunicación e incomprensión entre los diversos grupos étnicos y entre los pueblos. No en vano, cuando dos personas discuten y no se entienden, terminan diciendo frases como esta: “Hablamos idiomas distintos”. Y cuando las cosas van a mayores: “Oiga, que le estoy hablando en español”, en inglés o en lo que sea. Lo cual significa que hablar idiomas diferentes dificulta la comprensión entre las personas y que el hablar el mismo idioma facilita la comprensión y el mutuo entendimiento. Cuando cada cual habla en un idioma distinto se produce un fenómeno de confusión que nos recuerda la leyenda del Génesis 11 sobre la torre de Babel. Recordémosla.
Según la leyenda: “Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron el uno al otro: Ea, vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego. Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Después dijeron: Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra. Bajó Yhaveh a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos, y dijo Yhaveh: He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo. Y desde aquel punto los desperdigó Yahvé por todo el haz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel: porque allí embrolló Yahvé el lenguaje de todo el mundo, y desde allí los desperdigó Yahvé por toda la haz de la tierra”.
En este cuento o leyenda hay dos lecciones importantes. La primera, deducida de la experiencia vulgar, consiste en poner de manifiesto cómo la diversidad de idiomas es principio de confusión e incomprensión entre las gentes. Por el contrario, la adopción de un idioma universal es principio de cohesión y buen entendimiento. Los muchos idiomas aumentan la incomprensión, que se reduce a medida que los hombres se acercan más a un idioma común conocido por todos. La segunda lección de la leyenda es religiosa. La diversidad idiomática es presentada como una medida de maldición y castigo. En la cultura europea, mientras dominó el latín en el mundo culto hasta el siglo XVII, no se planteó el problema de la necesidad de otra lengua internacional. La gente culta salida de las universidades se entendía en latín y la gente corriente no necesitaba ni siquiera el latín para entenderse.
La primera sugerencia de una lengua universal se remonta a Descartes. Leibniz y posteriormente el Obispo John Wilkins hicieron suya aquella sugerencia y le dieron forma sin resultados prácticos apreciables. Desde entonces hasta nuestros días se han producido muchos intentos de solución práctica al problema de la unidad de los idiomas sin excluir la instauración de lenguas artificiales como el esperanto. Actualmente el problema de comunicación universal se resuelve en la práctica con el inglés, el español, el francés y las traducciones simultáneas. Pero todo esto se ha complicado con la instrumentalización política de viejos idiomas locales por parte de muchos políticos nacionalistas. Así las cosas resulta muy difícil reconducir el problema por el camino de la razón. Mi opinión sobre este escabroso tema queda expresada del modo siguiente.
Cada persona debe ser libre de hablar el idioma que considere más apto para comunicarse y entenderse con el mayor número posible de personas. Esto es un derecho natural que sólo puede ser limitado cuando se haya demostrado que se invoca ese derecho como pretexto para hacer daño a los demás. Si un grupo de terroristas, por ejemplo, utiliza un determinado idioma para proteger sus proyectos criminales, las autoridades competentes pueden y deben controlar hasta donde sea necesario el uso de ese idioma por parte de los terroristas y de sus colaboradores. En principio y en circunstancias normales, las autoridades públicas no tienen derecho a reprimir el uso libre de cualquier idioma, antiguo o moderno, como tampoco a imponerlo por coacción política. La autoridad competente tiene el deber de favorecer razonablemente, no imponer, el uso de aquellos idiomas que favorecen el entendimiento y la comprensión del mayor número posible de personas y pueblos. En el momento histórico actual lo razonable es que las nuevas generaciones aprendan desde la infancia los dos o tres idiomas más universales en vigor además del idioma nativo. Con esta estrategia pedagógica y el influjo de los medios modernos de comunicación las nuevas generaciones terminarán hablando algún idioma en el que puedan entenderse con todo el mundo sin dificultad de forma natural, espontánea y agradable.
Como consecuencia de este progreso habrá idiomas minoritarios que, como ha ocurrido en tiempos pasados, irán quedando de forma natural y sin traumas en el olvido, o bien como objeto de investigación y estudio por parte de los especialistas. Lo importante es que este fenómeno se produzca como resultado de un proceso natural y civilizado. Así ha ocurrido, por ejemplo, con la supresión de la mayor parte de las monedas nacionales europeas para ser sustituidas por el euro. En un momento dado de la historia de Occidente la moneda común del lenguaje fue el griego. Luego el latín. La realidad actual, en los comienzos del siglo XXI, es que los buenos servicios del griego y latín de otros tiempos han sido suplantados por el inglés, español y francés.
Tengo para mí que el mayor obstáculo actual contra este deseable progreso en el uso razonable y pacífico de los idiomas por el mayor número posible de personas proviene de la instrumentalización política de los mismos por parte de los movimientos nacionalistas. A ellos se debe en gran parte el fanatismo que lleva a la mayoría de esos políticos a tomar decisiones irracionales e incivilizadas en política lingüística. La Biblia presentó en los tiempos más remotos la diversidad de lenguas como maldición y castigo de Dios. En los tiempos actuales el fomento político de la diversidad de idiomas es una desgracia porque impide la gracia y felicidad de que las personas y los pueblos se conozcan y entiendan cada vez mejor haciendo desaparecer el aislamiento y la incomunicación impuestos por la proliferación de idiomas en el pasado.
Cuando yo era joven me fascinaba aprender idiomas para comprender a las personas y el mundo que me rodeaba. Con el paso del tiempo y la experiencia de la vida, sin embargo, he llegado a la conclusión de que la vida es muy breve y que es demasiado el tiempo y las energías que perdemos aprendiendo idiomas. La preocupación por la supervivencia cultural de idiomas que resultan anacrónicos e inútiles para mejorar el conocimiento y la comprensión entre las personas y los pueblos de nuestro tiempo me hace pensar en lo ridículo que sería ir hoy día a un mercado europeo a comprar con un fardo de monedas caducas en lugar de llevar euros o dólares. Para todo lo antiguo, caduco o inútil están los museos de la historia, y para el estudio de los idiomas antiguos, que sean importantes para entender la cultura y los idiomas de uso mayoritario en el presente, están los literatos y los especialistas. Pero los idiomas destinados a la comunicación universal en los tiempos que corren deben reducirse lo más posible como se ha hecho con las viejas monedas europeas. Los muchos idiomas, insisto, son barreras que impiden o dificultan la comprensión humana entre las personas y los pueblos. Por lo mismo, en lugar de lamentar el olvido y eventual desaparición de muchos de ellos, como hacía el director general de la UNESCO, debíamos ser más realistas y persuadir a las jóvenes generaciones para que no sigan convirtiendo la diversidad idiomática en un muro de aislamiento e incomunicación entre las personas y los pueblos evolucionados del futuro. NICETO BLÁZQUEZ, O.P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario